sábado, 6 de octubre de 2007

Tragedia en el Molino

- ¡Quillo! Chavi, Frentes, ¡sois unos infantiles, dejadme en paz!- gritaba nuestro protagonista mientras trataba de eludir toda suerte de obstáculos colina abajo.


Mientras las cepas se iban convirtiendo en un peligro cada vez más evidente, el torero de sonrisa fácil agarraba lo primero que tuvo a mano (llamémosle tronco grande, que no glande) y, sin pensar las consecuencias, lo lanzó al gran Francis sin ningún tipo de escrúpulos. Lástima para la novela, muestro torero tiene la misma puntería lanzando troncos que Rompetechos jugando a los dardos. Al final, tras algún que otro tropezón, Francis pudo seguir su conversación telefónica y los dos intrépidos amigos se dieron por vencidos. Nunca, jamás, se supo el contenido de tal conversación. Sólo se sabe que duró horas...


Mientras, en el anexo al molino de aceite se olía la desgracia. Algunos de los aventureros encendían un pitillo de origen desconocido, ofrecido al alimón por Chavi, el torero intrépido, y por Dani, ese personaje que en vez de labios tenía dos Frankfurt entre la nariz y la barbilla. Poco después, nadie reparaba ya en la ausencia del gran Francis, que seguía hablando con su amada, escondiendo su amor entre sarmientos mojados por la lluvia de otoño (eso m´a quedao to poético, ¿eh?).


Entre copa y copa de vino, nuestros atrevidos aventureros derrochaban sin cesar un exquisito gusto por las tradiciones de la cocina mediterránea y, sin apenas darse cuenta, el alcohol fue tomando rienda suelta por sus venas, unas venas que en vez de sangre derramaban fino. Y finos se estaban poniendo todos... mientras el paquetillo de tabaco de origen desconocido iba vaciándose a ritmo vertiginoso.


De repente, un ruido impactante surgió en la casa como por arte de magia. Todos, asustados, comenzaron a gritar y a temblar de miedo mientras Piolo el valiente (que no caliente, aunque también en este caso) se atrevía a abrir la puerta. Entre tinieblas y vahos de espuma fría, al salón de la casa se precipitó un gran monstruo cubierto de barro hasta las cejas, rebozado en pámpanos (de oro, como el villancico) y mojado como un socorrista el último día del Poli.


Cuando por fin acertaron a descubrir de qué se trataba, el monstruo dejó su móvil encima de la mesa, se limpió un poco los harapos que le vestían y buscó entre la sala. Por fin encontró a su víctima:


- Dani, cabrón, ¿dónde cojones has puesto mi paquete de tabaco?

6 comentarios:

Goldstein dijo...

jojojojo, no va a dar tema Francis ni ná aquí :D

...la cosa es que yo aquél día no estuve allí, me lo perdí :/

Bodeguero resentido dijo...

Vaya....pues me falla la memoria. ¿Quién coño fue el que abrió la puerta cnd Francis llamó? ¿Será una muestra más de lo kmisterioso de aquel día?

O eso, o más de uno tenemos que dejar ciertas sustancias.

Lalará, lará, lará laráaaa, lará....

Bodeguero resentido dijo...

Por cierto, decidme algo de la foto, q me tirao un buen rato buscando en el google algo gracioso...

Goldstein dijo...

ah, yo pensaba que eras tú echando una cabezadita en el wc del Punto y Coma... al menos así se quedó allí encerrao uno que conocemos bien...

Bodeguero resentido dijo...

Sí, sí... pero también conocemos a unos amigos un poquito cabrones que pasaron del dormilón y se fueron de fiesta...

Goldstein dijo...

la cosa es que nadie sabía dónde estaba... igual estaba ya camino de Ferrol :P